9 de marzo de 2012

CONFESIONES EN LA BARRA DEL BAR.



Primero y para dejar las cosas bien claritas:

En la barra de un bar servimos copas, combinados y cocteles, pero NO nos quedan ni Absoluciones ni Extremaunciones!

"....uff... Bien, grácias... ejem..".

La cuestión es que se confunde demasiadas veces al Barman con un padre confesor, sin importarles demasiado si somos agnósticos, laicos o budistas, ( y ya no hablemos de nuestra intimidad y horario laboral).



A lo largo de mi ámplia experiéncia escanciando licores y lustrando cristalerias he tenido que sufrir muchas (demasiadas) sinceraciones molestas y desagradables que hubiese preferido poder ignorar. De hombres y mujeres; porque en esto puedo dar fe que no existe discriminación sexista, aunque admito que por número siempre ganan los hombres. Borrachos la mayor de las veces y totalmente serenos la peor de ellas. Unas veces despotricando de sus superiores o de los propios compañeros de trabajo, otras dando lecciones de como se tenia que haber dirigido el último encuentro de futbol (que nunca ví, dado mi inexistente interés por dicho deporte) Crucificando con escarnio a el sexo opuesto por multitud de absurdas razones. Vilipendiando a la propia mujer o marido con denigrantes afirmaciones. En panfléticos discursos politicos de todas las opciones y colores, en los que prefería esconder mi verdadera militancia bajo una neutralidad Helvética por educación profesional. En inquisitorias cazas de brujas y  retrogradas reflexiones sobre la identidad sexual de aquel o aquel otro. Sufriendo ser el incómodo invitado de piedra forzoso de los fogosos devaneos entre promíscuos infieles a sus respectivas parejas (por supuesto, aquí siempre prevaleciendo mi total discreción)... y ya no hablemos,  de las prepotentes y erroneas lecciones de cocteleria hechas por sabios de medio pelo, enteradillos jocosos o directamente egocentricos ilustrados.

Siempre he sobrellevado estoicamente tan desagradables situaciones con una sonrisa, asintiendo en silencio y procurando tener las manos ocupadas para dar a entender mi distanciamiento sin ofender al interlocutor (aunque mejor deberia decir monologista, ¿verdad?). La cuestión es que en todo momento he procurado mantenerme al margen, aunque no siempre es posible y cuando esto ocurre, ocurre lo que ocurre...  


Como aquella noche en que no soporte más el sinfín de quejas de un solitario bebedor, amargado porque su novia le habia dejado, que  comenzó a alzar la voz desde la esquina de la barra, quejandose en una conversación con un invisible interlocutor, acusandome de servir garrafón, tratando a todas las mujeres de putas, responsabilizando a los inmigrantes de todas sus desgracias, culpando a sus compañeros de trabajo por haberle despedido y amenazando con "... hacer una locura..." (según decía el antes de beberse el whisky de un trago y pedirme otro).


Saque la garrafa de lejia que guardaba debajo de la barra para fregar el suelo, y poniendola encima de la barra ante el, le dije bien alto: ".- Si quieres suicidarte, aqui tienes, ya estoy harto de aguantar tanta estupidez. Y deja de amargarnos la noche a nosotros que no tenemos la culpa de que seas tan gilipollas!". Ante la sorpresa de mi reacción y el silencio que se originó entre los demas clientes y que sólo rompia la musica que sonaba por los altavoces; el hombre sacó un billete, pagó y salió por la puerta mirandonos a todos con cara de estupefacción mientras sonaban vitores de alegria y aplausos entre los clientes y la garrafa volvia a su sitio.








(todavia lo sigo viendo, medio borracho por las calles, hablando solo y amenazando con suicidarse)