Atraido como navegante al canto de las sirenas. Asi me sentia yo. Abrillantando y puliendo la madera de tanto pasar el trapo, medio distraido y queriendo aparentar estar ocupado. Entre copas y cafés, entre vasos y botellas, entre platos y tazas, ocupaba el tiempo buscando el valor para acercarme. Torpe como un niño abriendo los regalos la mañana de Reyes, así me sentia cuando se acercaba a la barra a pagar. Con una amplia sonrisa, se despedia sujetando los libros contra su pecho y levantando timidamente la mano.
Deseaba romper el miedo al rechazo y sentarme a su lado. Perderme en su mirada y besarla con dulzura. Agotar las horas del reloj hablando y bebiendo vino. Pasear descalzo por las arenas frias de la playa bajo la noche y hacer el amor mientras despunta el sol al amanecer, en la penumbra de una habitación desordenada de pasión y placer.
Aquella tarde no vino. La mesa permaneció sola toda la noche, como si supiera de su ausencia y no dejara que nadie ocupara el espacio que solo resevaba para ella. Pasaron los dias sin volver a verla. Las sillas se ocuparon de nuevo, otras gentes, otras risas, otras copas, otros rostros, otros besos. Meses más tarde, un dia, al pasar por delante de la cristalera la volvi a ver. Sentada en la misma mesa. Me disponia a entrar y plantarme delante de ella para abrirle mi corazón cuando una niñita de ensortijados rizos negros se le abrazo al cuello entre risas y besos. Sentado de espaldas a mi estaba aquel que ocupaba mi ansiado papel, el afortunado que, sin saberlo, me noqueó de un solo golpe.
".-El mundo es de los valientes" me repetia a mi mismo alejandome herido de orgullo y muerto de amor.
(cualquier parecido con la realida es pura coincidencia.... ¿ o puede que no?)